Archivo de la categoría: Andanzas

Una vuelta por el Rif

La carretera que da acceso al Mausoleo de Moulay Abdessalam se va empinando y estrechando. Hay una serie de puestecillos y pequeños sitios donde comer. Se venden frutos secos presentados de forma esmerada. Hay nueces y almendras. Y lo que parecen ser turrones. El Santuario tiene su interés. La panorámica que se tiene desde arriba es muy buena. Para llegar hasta allí hay que descalzarse. Pero lejos de resultar algo incómodo la experiencia es agradable. Paseamos entre las letanías que tíos con barbas dedican a Alá. El suelo está tapizado con planchas de corcho, sacadas de los alcornocales que atravesamos hace un rato. >>seguir leyendo

De Tánger a Larache

El Cabo Espartel es uno de los extremos de África. Lo dice el chófer del minibús. Por reseñar algo. Por hacer acopio de singularidades. Por hacernos creer que somos tipos afortunados al estar en lugares tan emblemáticos. El chófer va dando cuenta de los parajes que vamos atravesando. Nos dice, por ejemplo, el número de mezquitas que hay en Tánger. En la subida hacia el cabo, el sector chic de la ciudad, vamos viendo mansiones y casoplones. Orgulloso señala cual es la del rey Fah. Cual la de Kasogui. Dónde tuvo su residencia Juan de Borbón. >>seguir leyendo

Tánger

A Tánger llego con varias expectativas. Formadas a base de experiencias anteriores. Cosas que he leído o escuchado por ahí. Cosas que me han contado. Una se cumple. Efectivamente, la reunión es un rollo. Vacía, insípida. Uno se pregunta si no podría hacer algo mejor con su vida.

La otra expectativa no se cumple. Tánger no tiene nada que ver con esa ciudad cosmopolita que uno esperaba. No queda rastro de aquellos insignes personajes que se alojaron en sus hoteles. Tánger es otra megápolis africana que crece sin control. Ha pasado de 125.000 habitantes al millón y medio en una década. El puerto, la medina, la mellada fachada que da a Europa puede recordar a la decadencia de La Habana.  Casi romántica para el que no vive ahí. Pero cuando se entra al detalle, cuando se come varias veces el mismo pescado rebozado, cuando se comprueba que la ciudad ha crecido como un tumor hacia el interior y que los desagües vierten al mar directamente, a no ser que rebosen y antes perfumen las calles, entonces queda claro que ese encanto de ciudad internacional se ha evaporado sin remedio. Tánger se ve en medio día. Y los alrededores, si acaso, en otro medio. Para comer ‘pescaito’ mejor quedarse en Málaga o Cádiz. Allí, además, se puede acompañar como Dios manda y Alá prohíbe. Con cerveza o Barbadillo. >>seguir leyendo

Mercados de abastos (y aquel viaje a Nepal)

Llegamos a Nepal en medio de una tormenta. El avión se movía de un lado para otro. De repente bajaba vertiginosamente. Se estabilizaba. Y volvía a caer unos cientos de metros. Después de tantas horas de viaje lo tomábamos como un divertimento, más que como el preludio de una tragedia.

Cuando aterrizamos y llegamos a una sala en penumbra en la que se despachaban los pasaportes, nos encontramos con otra tormenta. Esta era más complicada. De más alcance. Era la tormenta política que llevaba tiempo asolando al país y que, por fin, estalló. Y nos explotó en las narices. Se decía que la guerrilla maoísta por fin había salido de su covacha y tenía al país al borde de la guerra civil. Esa versión tenía parte de verdad pero la revuelta sobrepasaba a los partidarios de los maoístas. Era un levantamiento popular que reclamaba profundas reformas para derrocar al corrupto régimen monárquico e intentar seguir una senda más o menos democrática, con elecciones y partidos políticos. Cosas de esas que suenan a un sistema algo más equitativo que el feudal que en esos momentos dirigía al país. >>seguir leyendo

Em Bragança

Cruzamos el Guadiana en Badajoz. Y después abandonados la autopista que va hasta Lisboa. Por fin, tras seis o siete horas de conducción monótona, nos adentramos en el mundo rural portugués. Que es distinto del mundo rural español. Podríamos pensar que los portugueses son más cuidadosos con su entorno. Amantes de la tranquilidad. Que son menos horteras. Pero yo creo más en otras razones. No hay diferencias tan grandes en países limítrofes con una cultura parecida y un contexto socioeconómico parejo. No es que el sentido común haya resistido la presión del enriquecimiento a toda costa. >>seguir leyendo

Bolivia. Resonancias

Alguna gente me pregunta por qué quiero ir a Bolivia otra vez, con todos los países que hay. En realidad tampoco he ido tantas veces. Creo que está será la cuarta. He viajado más por España, y me quedan muchísimos rincones que recorrer. Incluso comarcas enteras.

Si medio millón de kilómetros cuadrados dan tanto de sí, imaginaos el doble. Pero el tamaño es lo de menos, como todos sabemos. Hay otro dato realmente interesante: más de 600.000 kilómetros de carreteras asfaltadas tachonan el territorio español. Para el doble de superficie, en Bolivia hay unos escuetos 4.500 kilómetros. Eso dice mucho de un país. Lo hace interesante. >>seguir leyendo

Cartas desde Sajama

Cuando por fin me dejo caer estoy muy lejos de casa. En el altiplano boliviano, a más de 4000 metros de altura. Tengo toda la ropa de abrigo puesta. Estoy metido en el saco y el soroche, el mal de altura, ya me ha dado el primer estacazo. El aire enrarecido unido a las treinta y algo horas de viaje y al ‘jet lag’ me han convertido en un guiñapo cuya única aspiración es adoptar una postura horizontal.

La fuerza con la que hemos salido de Madrid se ha ido diluyendo a medida que nos hemos ido encontrando obstáculos: los múltiples controles de seguridad con sus correspondientes colas, los raviolis del avión, las esperas, la tensión con la que hemos aguardado la aparición de los mochilones en la cinta trasportadora, el peso de esas mochilas colgadas de los hombros. Por fin el autobús nos ha dejado en medio de la nada, y ha continuado su camino hacia Arica, por la Ruta 4. >>seguir leyendo

Cartas desde Sajama. Llamas, alpacas y vicuñas

Dice Gerardo que llevo durmiendo doce horas. Me lo creo. Él, mientras tanto, ya ha dado varios bandazos y tiene pensado el primer itinerario.

Salgo de la tienda y me encuentro con una estampa magnífica, por un lado los dos Parinacotas, por otro el Sajama. El cielo está limpio, no queda ni rastro de la tormenta de anoche. En la gran planicie verde, inundada, los denominados bofedales o turberas, el ganado pasta a sus anchas. Es una mañana primorosa.

Campamento 1 (4372 m). Gerardo buscando al gato. Al fondo los Panayotas >>seguir leyendo

Cartas desde Sajama. Apuntes sobre el territorio bajo los efectos de la hipoxia.

La noche ha sido fría. El doble techo de la tienda ha quedado como una tabla, tapizada de hielo. Los desajustes producidos por la altura siguen. No tenemos hambre, comemos muy poco. Tengo la tripa mal.

Anoche caminamos y no vimos ojos. Llegamos a los 4800. Iba a ser un paseíto. Después de la caminata me metí en el saco. Gerardo siguió dando vueltas. Lo único que ha visto han sido vizcachas.

A pesar de la letrina que hemos descubierto a apenas ochocientos metros del campamento nos vamos a trasladar al valle de los geiseres. A ojos de Gerardo el hábitat es allí más adecuado para este gato anodino que no se quiere mostrar. A mí recoger las cosas, cargar con los mochilones y ponerme a andar me parece una losa. Pero no debo quedarme tirado en la tienda. No me puede comer la desidia. >>seguir leyendo

Cartas desde Sajama. Huellas en la nieve.

Me falta el aire. Me siento oprimido dentro del saco. Apenas me puedo mover, como otras noches. Me asfixio. Es una pesadilla. O es real. Me incorporo. Gerardo está pegado. Me pregunto por qué diantres no se va para su lado. O quizás sea yo el que se ha movido. La tienda parece más estrecha, deformada por la pesadilla.

Al revolverme palpo algo muy frío. Es como hielo. Enciendo el frontal. Tengo la tienda encima. Lo que he tocado es hielo, efectivamente. Despierto a Gerardo. Empiezo a entender la situación. La tienda se está hundiendo bajo el peso de la nieve que lleva cayendo horas. Silenciosa. A escondidas. Empezamos a dar golpes para sacudirla. Enderezamos los palos. Hay mucha humedad. Quizás eso contribuya a la sensación de ahogamiento. >>seguir leyendo