En mi devenir como escritor me cuesta,
como he dicho otras veces, separarme de la literalidad y dejarme llevar por la
ficción pura. Parte del problema es que mi faceta profesional bebe de los
hechos bien referenciados. Las habilidades que requiere escribir artículos
científicos me penaliza cuando trato de abordar asuntos puramente literarios.
Aún no he tenido mucho éxito en separar
ambos mundos. He utilizado autorías distintas para uno y otro asunto pero al
escribir divulgación científica el conflicto se muestra con toda su crudeza.
Este es un campo que me gusta y al que dedico tiempo en forma de colaboraciones con distintos
blogs y alguna pieza en este. >>seguir leyendo
Hacía tiempo que quería escribir sobre la
zona de confort. Tenía dudas razonables para distinguir la zona de confort de
las zonas qué no lo son. Documentándome mínimamente sobre el tema (con rápidas
consultas al móvil mientras paseo al bebé, juego con Julia o en el trayecto
hacia la panadería o a tirar la basura) averiguo que es un concepto de hace más
de cien años. En realidad se enmarca en un desarrollo experimental más amplio
que dio lugar a la denominada ley Yerkes-Dodson.
Como no pocas leyes, su comportamiento responde a una campana de Gauss. En este
caso los ejes son la estimulación (eje x) y el rendimiento (eje y). En la fase
ascendente de la curva, según aumenta el nivel de estímulos, de novedades, el
rendimiento del individuo es mayor. Sin embargo, hay un efecto de saturación y,
cuando los estímulos son excesivos, el rendimiento cae en picado, cerrando la
forma de campana de la curva. >>seguir leyendo
Somos animales coleccionistas. Hay otras
especies que también se dedican a juntar objetos con características similares,
como las urracas, que llevan a sus nidos objetos brillantes. Nos gusta, y a
veces nos obsesiona, poner en un mismo espacio (álbum, estantería, cajón) cosas
que reúnen características comunes: cromos, minerales, relojes, plumas,
dedales; sellos y monedas, por supuesto. Hay quien colecciona amantes o libros
raros. Hay quien se puede permitir coleccionar coches (no a escala, que
también, sino reales) y otros, como el Marqués de Leguineche (La escopeta nacional), guardaba celosamente en tubos de ensayo pelos del coño (la depilación láser hubiese sido funesta
para sus propósitos). >>seguir leyendo
Hace unos años -prefiero no ahondar en el
tiempo que ha transcurrido- empecé a escribir un texto que poco a poco fue
ganando envergadura. Rebasado cierto número de páginas, creí vislumbrar la
posibilidad de llegar más allá de un relato. ¿Podría por fin desembarcar en el
territorio por excelencia del escritor: la novela?
Parecía como si todo lo anterior no fuesen más que vanos intentos circunscritos a géneros menores: cuentos, literatura de viajes o divulgación científica. Es decir, que solo había sido capaz de generar algunas piezas que, en su mejor crítica, merodeaban alrededor de la verdadera literatura. (Nota a pie de página, ¿qué es la verdadera literatura?). >>seguir leyendo
La construcción narrativa tiene varios
propósitos. Evadirnos y entretenernos puede ser uno de los que se nos ocurran intuitivamente.
Hay otro, sin embargo, que a mí me resulta mucho más atractivo, y es la
contribución del relato de los hechos a la paz mental. Somos animales en busca
de sentido.
Conseguir que una explicación capture y sintetice
parte de la confusa y ramificada realidad es esencial para entender
determinadas situaciones creadas por el zarandeo que nos produce la vida.
Esta faceta de la literatura no persigue
establecer una verdad, si no un relato coherente que hilvane los hechos
dispersos. De esta forma se entronca en lo que Nassim Nicholas Taleb denominó
la Falacia
Narrativa. >>seguir leyendo
Como punto de partida, una imagen me
resulta sumamente útil para ponerme a escribir. Veo un jarrón de la Dinastía
Ming que cae al suelo y se hace pedazos. Quedan esparcidos y tras el estruendo
y la angustia de los primeros instantes contemplo el alcance del desastre. Deben
quedar pocos jarrones de la Dinastía Ming. Todo el mundo conoce a alguien que
ha roto un jarrón de la Dinastía Ming.
La analogía es sencilla. El jarrón es mi
vida antes de ser padre. Los fragmentos la vida posterior. En medio el frenesí. >>seguir leyendo
La estrategia es salir muy temprano y
parar a desayunar cuando el hambre golpea de verdad. Así, a primera hora de la
mañana, ya has recorrido medio camino y te encuentras en una gasolinera rodeada
de girasoles a media asta, en una mesa solitaria, observando el devenir de los
coches que paran a repostar y las conversaciones más o menos previsibles de una
clientela variada: los tipos trajeados que van a hacer negocios, la familia
hastiada, a móvil por cabeza, el comercial con prisa que se toma el café de un
sorbo. >>seguir leyendo
Empecé a leer uno de los libros de la estantería reservada para las novedades literarias, el lugar que ocupan durante un tiempo antes de encontrar su posición definitiva de acuerdo al apellido del autor. Últimamente leo poco. Últimamente se refiere a los dos últimos años, casi la edad de Julia. La crianza se llevó por delante buenas costumbres, como el squash, el deporte en general, la lectura, el cine, el Clasijazz, el club de montaña…, en fin, que os voy a contar a los que ya habéis pasado por el trance o estáis en ello. >>seguir leyendo
Hay algo, o mucho, de impostor en esto de escribir. Pretender que un puñado de palabras te suplanten funciona bien en la distancia, manteniendo un contacto esporádico, puede que regular, pero nunca rutinario. Mi coartada de admirador incondicional se desploma al atravesar el filtro del matrimonio, de la paternidad, cuando aflora el mal humor, la irracionalidad del enfado perpetuo. Ese rancio orgullo castellano que afronta los golpes de la vida a base de armaduras oxidadas en campos de batalla corrompidos por la humedad tropical y el abrasador sol de agosto.
Empeños condenados al fracaso que reverberan en ese personaje narcisista obstinado en abrazar la nostalgia del pasado. Ajeno, absurdamente ajeno, al maravilloso presente que le envuelve con un cariño y una paciencia propia de la acogedora costa que recibe a un náufrago desabrigado y hambriento.
Acostumbrada a los temporales, eres sabia en el manejo de los despropósitos y las injusticias que reparte la vida de la manera más azarosa que uno pueda imaginar. Sin un ápice de cordura al que aferrarse.
Como no quererte, como no volver a intentar epístolas aunque estén condenadas a arder de vergüenza en la llama de mis incoherencias, como no apostarlo todo, sin dudarlo, a la mujer más bondadosa que, en lugar de esgrimir palabras, pregonar principios, dedica todo su tiempo a consolidar mediante hechos, actos tangibles, una forma de ser. Amar y curar, esas son tus señas de identidad.
Salgo a correr por el barrio. No es mi primera opción. Ni tampoco la segunda. Una zona residencial que va adueñándose de las antiguas huertas. Hay campos esperando nuevos edificios. Los dueños, a su vez, aguardan ansiosos la venta del solar. Quien les iba a decir a ellos que aquel terruño, cerca del Andarax, un pedazo de tierra más bien desagradecida, que fue testigo de tantas penurias, ahora les iba a hacer ricos. Ricos hasta hartarse. Si no fuese por el Santi, que está loco, o quizás sea la mujer, que le malmete, el caso es que quiere más pasta. Luego hay que repartir y eso se queda en nada, esgrime como argumento. Mejor esperar, que esto está otra vez al alza. Y claro, los hermanos se desesperan, y las cuñadas, y los cuñados y todo aquel que tenía la esperanza de tener billetes frescos en mano. Hasta hay alguno que ya se ha metido en negocios y ha adelantado dinero. Cada vez que una constructora levanta un cartel enorme anunciando nuevas y confortables viviendas, las mejores de la Vega, se llevan las manos a la cabeza. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.