Fue a principios de octubre cuando llegó
la convocatoria para un concurso de relatos de mi club de montaña, el CAM, es
decir, el Club Almeriense de Montañismo. En apenas un párrafo se hacía el
anuncio: “Queridos compañeros, os invitamos a participar en nuestro concurso de
relatos de montaña «Seguir subiendo». Tenéis dos meses y un par de
folios para contar vuestras aventuras, experiencias, sensaciones o sueños en la
montaña. Esperamos vuestros relatos. Buena
escritura.”
La parquedad del mensaje estaba en
consonancia con esa aparente frialdad del montañero, pero era un guiño al
compañerismo y, desde luego, un estímulo frente a tantos meses sin poder pisar
la montaña. Aunque la vida ahora mismo no me da muchos respiros decidí
presentar la siguiente pieza: >>seguir leyendo
Entre pandemia y crianza mi radio de
acción se ha reducido considerablemente. Echando cuentas, hace seis meses que
no salgo del municipio. Ha sido una temporada –que no tiene un final cercano- en
la que he tenido oportunidad de ir explorando con más detalle la geografía
urbana local. Uno de estos descubrimientos es la pequeña red de senderos
alrededor de la desembocadura del Andarax, que me ha concedido ligeras variantes
sobre el recorrido básico que utilizo para correr. Además, encontré un aderezo esencial
para estas carreras matutinas en el podcast de Las Edades de Millas, una de las secciones del programa ‘A
vivir que son dos días’. >>seguir leyendo
Me gustaba pensar que toda la nieve que estaba
cayendo en este extraño mes de abril no la iba a pisar nadie. Poco a poco se
fundiría y las montañas la irían absorbiendo. Desaparecería, cómo lo hacía la
mantequilla que iba extendiendo sobre el pan caliente aquella mañana atemporal.
Afuera llovía, rompiendo la racha de días ventosos propia del mar de Alborán.
Era un día propicio para hacer unas buenas migas, como manda la tradición en
Almería. Estaba siendo una primavera extrañamente húmeda que, mezclada con el
confinamiento ordenado por el Gobierno, creaba una distopía de límites
imprecisos. Con el paso de las jornadas se iba quebrando la disciplina a las
que nos sometían las nuevas y estrictas reglas del juego, y aparecían
resquicios por los que se filtraban los gérmenes de la duda. Precisamente eso
era resistir, evitar que los resquicios diesen lugar a grietas y éstas al
desmoronamiento. Apuré la taza de café caliente frente al ventanal. La calle
vacía golpeada por la lluvia. Un coche despistado buscando aparcamiento, alguien
paseando con cierta urgencia al perro, hogares con las persianas bajadas. >>seguir leyendo
En mi devenir como escritor me cuesta,
como he dicho otras veces, separarme de la literalidad y dejarme llevar por la
ficción pura. Parte del problema es que mi faceta profesional bebe de los
hechos bien referenciados. Las habilidades que requiere escribir artículos
científicos me penaliza cuando trato de abordar asuntos puramente literarios.
Aún no he tenido mucho éxito en separar
ambos mundos. He utilizado autorías distintas para uno y otro asunto pero al
escribir divulgación científica el conflicto se muestra con toda su crudeza.
Este es un campo que me gusta y al que dedico tiempo en forma de colaboraciones con distintos
blogs y alguna pieza en este. >>seguir leyendo
Hacía tiempo que quería escribir sobre la
zona de confort. Tenía dudas razonables para distinguir la zona de confort de
las zonas qué no lo son. Documentándome mínimamente sobre el tema (con rápidas
consultas al móvil mientras paseo al bebé, juego con Julia o en el trayecto
hacia la panadería o a tirar la basura) averiguo que es un concepto de hace más
de cien años. En realidad se enmarca en un desarrollo experimental más amplio
que dio lugar a la denominada ley Yerkes-Dodson.
Como no pocas leyes, su comportamiento responde a una campana de Gauss. En este
caso los ejes son la estimulación (eje x) y el rendimiento (eje y). En la fase
ascendente de la curva, según aumenta el nivel de estímulos, de novedades, el
rendimiento del individuo es mayor. Sin embargo, hay un efecto de saturación y,
cuando los estímulos son excesivos, el rendimiento cae en picado, cerrando la
forma de campana de la curva. >>seguir leyendo
Somos animales coleccionistas. Hay otras
especies que también se dedican a juntar objetos con características similares,
como las urracas, que llevan a sus nidos objetos brillantes. Nos gusta, y a
veces nos obsesiona, poner en un mismo espacio (álbum, estantería, cajón) cosas
que reúnen características comunes: cromos, minerales, relojes, plumas,
dedales; sellos y monedas, por supuesto. Hay quien colecciona amantes o libros
raros. Hay quien se puede permitir coleccionar coches (no a escala, que
también, sino reales) y otros, como el Marqués de Leguineche (La escopeta nacional), guardaba celosamente en tubos de ensayo pelos del coño (la depilación láser hubiese sido funesta
para sus propósitos). >>seguir leyendo
Hace unos años -prefiero no ahondar en el
tiempo que ha transcurrido- empecé a escribir un texto que poco a poco fue
ganando envergadura. Rebasado cierto número de páginas, creí vislumbrar la
posibilidad de llegar más allá de un relato. ¿Podría por fin desembarcar en el
territorio por excelencia del escritor: la novela?
Parecía como si todo lo anterior no fuesen más que vanos intentos circunscritos a géneros menores: cuentos, literatura de viajes o divulgación científica. Es decir, que solo había sido capaz de generar algunas piezas que, en su mejor crítica, merodeaban alrededor de la verdadera literatura. (Nota a pie de página, ¿qué es la verdadera literatura?). >>seguir leyendo
La construcción narrativa tiene varios
propósitos. Evadirnos y entretenernos puede ser uno de los que se nos ocurran intuitivamente.
Hay otro, sin embargo, que a mí me resulta mucho más atractivo, y es la
contribución del relato de los hechos a la paz mental. Somos animales en busca
de sentido.
Conseguir que una explicación capture y sintetice
parte de la confusa y ramificada realidad es esencial para entender
determinadas situaciones creadas por el zarandeo que nos produce la vida.
Esta faceta de la literatura no persigue
establecer una verdad, si no un relato coherente que hilvane los hechos
dispersos. De esta forma se entronca en lo que Nassim Nicholas Taleb denominó
la Falacia
Narrativa. >>seguir leyendo
Hace un par de años, Gonzalo Delacámara,
colega de mis tiempos en el Ministerio de Medioambiente, cuando me dedicaba a
temas del agua, la Directiva Marco y me afanaba en ganarme la vida como
consultor medioambiental, me puso encima de la mesa una interesante propuesta. Estaba
coordinando un libro
que buscaba sentar las bases sobre la economía del agua. Este es uno de esos
campos tan necesarios como difíciles de explicar y consolidar, pero es justo el
tipo de iniciativas que necesitamos.
¿Por qué? Porque de una vez por todas
tenemos que darnos cuenta de que la única solución posible para que los
recursos naturales de este planeta perduren y nosotros tengamos alguna
posibilidad de estar vivos y ser felices, pasa por conciliar economía y
ecología. >>seguir leyendo
Como punto de partida, una imagen me
resulta sumamente útil para ponerme a escribir. Veo un jarrón de la Dinastía
Ming que cae al suelo y se hace pedazos. Quedan esparcidos y tras el estruendo
y la angustia de los primeros instantes contemplo el alcance del desastre. Deben
quedar pocos jarrones de la Dinastía Ming. Todo el mundo conoce a alguien que
ha roto un jarrón de la Dinastía Ming.
La analogía es sencilla. El jarrón es mi
vida antes de ser padre. Los fragmentos la vida posterior. En medio el frenesí. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.